La ciudad feminista

El universo del conocimiento está plagado de materia oscura, esa materia de la que no sabemos nada porque está constituida por todas las ideas proscritas, por todos los textos que han sido destruidos y por todos aquellos que simplemente nunca pudieron ser escritos porque la subyugación de las mujeres y grupos vulnerables a la hegemonía patriarcal impidió de mil maneras que eso sucediera.

Visto en perspectiva resulta chocante tomar conciencia de que las civilizaciones que tenemos son ecosistemas que han sido diseñados bajo el sesgo exclusivo y excluyente de la dominación masculina, y que su evolución haya estado marcada por la exclusión sistemática de las mujeres de las ciencias, de las artes, del desarrollo tecnológico, de la política y del ejercicio de gobierno. Uno de los resultados de todo ello es que la evolución histórica de las civilizaciones tiene como uno de sus componentes clave al borboteo constante de violencias innecesarias y sin sentido, que provoca un permanente y costoso ir y venir entre destrucción y progreso.

Por supuesto que las desigualdades, las injusticias y las discriminaciones sufridas por las mujeres y otros grupos vulnerables a lo largo de la historia no han pasado desapercibidas, suman de facto un número inconmensurable de protestas privadas y públicas en todos los tiempos y lugares, pero el hecho es que se ha podido documentar solo una pequeña proporción de todas ellas debido al yugo omnipresente de la dominación masculina.

En lo que se refiere a las ciudades, la revolución generada por la crítica feminista nos permite entender que éstas son producto inequívoco del sesgo y la subyugación que han dominado nuestro devenir histórico.

Es cierto que la sola mención del término feminista genera animadversión y un océano de descalificativos, pero no podía ser de otra manera considerando que en el fondo descansa impasible el sistema de valores impuesto durante milenios por la hegemonía patriarcal que ha definido los términos de lo considerado como normal y trazado las fronteras de nuestro entendimiento. Peor aún, la defensa de los privilegios de género y la resistencia al cambio, tan naturales en muchos seres humanos, se complementan y se refuerzan para erigir barreras culturales todavía infranqueables en muchas latitudes y culturas.

Pero el primer propósito de este texto no es el de cuestionar esas barreras en lo general (lo que ya se hace intensivamente en otros foros), sino explorar las formas en las que la dominación masculina ha permeado el diseño y la construcción de las ciudades, y transparentar los efectos y los impactos negativos de primer orden que eso genera sobre la vida de las mujeres y de otros grupos vulnerables, pero también sobre las sociedades enteras como consecuencia de los efectos de mayor orden observados cuando la ciudad se concibe como un ecosistema complejo .

Las mujeres viven la ciudad sorteando cotidianamente una larga serie de barreras físicas, sociales, económicas, psicológicas y simbólicas que son, consciente o inconscientemente, invisibilizadas o menospreciadas por el común denominador de los hombres.
Leslie Kern, de cuyo libro sobre la ciudad feminista1 Kern, Leslie, “Feminist City: Claiming Space in a Man-Made World”, Verso, 2019.. estaremos extrayendo algunas citas en este apartado, lo dice muy claramente:

“Una perspectiva geográfica de género ofrece una forma de entender cómo funciona el sexismo sobre el terreno. El estatus de segunda clase de las mujeres se refuerza no solo a través de la noción metafórica de «esferas separadas», sino a través de una geografía material real de exclusión. El poder y los privilegios masculinos se mantienen al limitar los movimientos de mujeres y restringir su capacidad para acceder a diferentes espacios. Como dice la geógrafa feminista Jane Darke2 “Jane Darke, “The Man-Shaped City,” in Changing Places: Women’s Lives in the City, eds. Chris Booth, Jane Darke and Sue Yeandle, London, Sage, 1996. en una de mis citas favoritas: “Cualquier asentamiento es una inscripción en el espacio de las relaciones sociales en la sociedad que lo construyó…. Nuestras ciudades son el patriarcado escrito en piedra, ladrillo, vidrio y hormigón”.

Un poco más adelante exploraremos de manera muy esquemática las raíces históricas de este fenómeno en el que la dominación masculina ha diseñado el ADN de las ciudades que tenemos, esas ciudades que suelen verse con ópticas tan diferentes dependiendo de si el lente por el que se les mira tiene, o no, el filtro de la perspectiva de género. Leslie Kern lo plantea objetivamente:

“La constante amenaza de violencia de bajo grado combinada con el acoso diario da forma a la vida urbana de las mujeres de innumerables formas conscientes e inconscientes. Así como el acoso laboral expulsa a las mujeres de posiciones de poder y borra sus contribuciones a la ciencia, la política, el arte y la cultura, el espectro de la violencia urbana limita las opciones, el poder y las oportunidades económicas de las mujeres para educarse, entretenerse y conseguir empleo. Así como las normas de la industria están estructuradas para permitir el acoso, proteger a los abusadores y castigar a las víctimas, los entornos urbanos están estructurados para apoyar formas familiares patriarcales, mercados laborales segregados por género y roles de género tradicionales.»

Y cuando se refiere en particular al terrible tema de la violación, el ADN de la ciudad queda expuesto y al descubierto:

«Los mitos de la violación también tienen una geografía. Esto se incrusta en el mapa mental de seguridad y peligro que toda mujer lleva en su mente. “¿Qué estabas haciendo en ese vecindario? ¿En ese bar? ¿Esperando sola el autobús? «¿Porqué caminabas sola por la noche?» «¿Porqué tomaste un atajo?» Anticipamos estas preguntas y dan forma a nuestros mapas mentales tanto como cualquier amenaza real. Estos mitos sexistas sirven para recordarnos que se espera que limitemos nuestra libertad para caminar, trabajar, divertirnos y ocupar un espacio en la ciudad. Dicen: la ciudad no es realmente para ti «.

Los cromosomas del diseño y la construcción del espacio urbano son XY: tienen un ADN masculino. La ciudad es de los hombres y recibe a las mujeres en calidad de huéspedes sujetas a un toque de queda espaciotemporal que las confina en lugares previamente asignados y horarios acotados.

El debate sobre todo lo que significa que una ciudad sea feminista no está resuelto, pues a medida que avanza la toma de conciencia sobre los impactos que tiene el espacio construido sobre la vida y el bienestar de las mujeres y otros grupos vulnerables, el debate se enriquece con más temas y líneas argumentativas. Esa toma de conciencia revela aspectos de la ciudad que para muchos eran invisibles, como la multitud de barreras físicas, económicas, psicológicas, simbólicas y sociales que restringen las libertades de las mujeres y les echan en cara que son huéspedes, muchas veces indeseables, de una ciudad que no es suya.

Retomamos enseguida algunos párrafos de The Feminist City, en los que Leslie Kern habla por todas las mujeres sobre las vivencias de serlo en una ciudad diseñada por y para los hombres. Con el agravante, como ella misma lo reconoce en algunas partes del libro, de haber nacido y crecido en una ciudad de Canadá, uno de los países menos peligrosos para las mujeres. En otras palabras, la hostilidad que ella ha experimentado en las ciudades canadienses hay que multiplicarla varias veces cuando se trata de países como México, en donde la violencia contra las mujeres llega a niveles literalmente insoportables.

Dice Leslie Kern:

«Se necesita una enorme cantidad de energía mental para navegar por los espacios públicos y privados de la ciudad sola como mujer».

“Para nosotras, la capacidad de estar solas es un indicador igualmente importante de una ciudad exitosa. La medida en que las violaciones del espacio personal de las mujeres a través del tacto, las palabras u otras infracciones son toleradas e incluso alentadas en la ciudad, es una medida tan buena como cualquiera para mí de lo lejos que estamos de la ciudad sociable y feminista de encuentros espontáneos al evocar la creciente sensación de miedo que sienten las mujeres cuando se les acercan repetidamente, cuando nuestras señales son ignoradas o malinterpretadas, y cuando se violan nuestros límites «.

“Las mujeres se involucran en todo tipo de autocontrol para evitar la atención no deseada y la vigilancia hostil de sus cuerpos y comportamientos. Todavía es increíblemente difícil para las mujeres solas ocupar espacio. Pienso en la diferencia en el lenguaje corporal y la postura de una mujer en el metro frente al omnipresente «hombre-esparcidor» que se sienta y abre las piernas tanto que ocupa más de un asiento o que obliga a quienes lo rodean a acurrucarse en sí mismas. Se socializa a las mujeres para que no ocupen espacio, especialmente como individuos. Lo mejor que esperamos es pasar desapercibidas”.

“El enigma es este: se presume que una mujer sola siempre está disponible para otros hombres. Vuelve a relacionarse con las nociones de la mujer como propiedad de los hombres. Si una mujer en público no está claramente marcada como propiedad por la presencia de otro hombre o señales obvias como anillos de boda (que por supuesto también pueden simbolizar uniones no heterosexuales), entonces ella es un juego limpio. Las mujeres saben instintivamente que la forma más rápida de disuadir las insinuaciones no deseadas de un hombre es decirle que tienes novio o marido. Los hombres respetarán los derechos de propiedad de otro hombre más fácilmente de lo que respetarán el simple «no» de una mujer «.

Hacer «preguntas de mujeres» sobre la ciudad significa preguntar mucho más que el género. Tengo que preguntar cómo mi necesidad de acceso con carreola puede funcionar en solidaridad con las necesidades de las personas discapacitadas y las personas mayores.

Leslie Kern se pregunta que, si dadas todas las formas en que las mujeres dependen unas de otras para brindar no sólo el apoyo emocional de la amistad, sino también el apoyo material del cuidado infantil compartido, el cuidado de los ancianos y de personas enfermas, ¿no tiene sentido que las ciudades tengan la infraestructura para respaldar tales arreglos?

Y sugiere que una ciudad feminista debe ser una donde se eliminen todas las barreras que impiden que las mujeres usen y disfruten la ciudad de la misma manera que los hombres, y donde todos los cuerpos sean bienvenidos y alojados. Sugiere asimismo que una ciudad feminista debe estar centrada en el cuidado, no porque las mujeres deban seguir siendo en gran parte responsables de ese tipo de trabajos, sino porque la ciudad puede contribuir a que éstos se distribuyan de manera más equitativa.

Ya hemos comentado que, por su naturaleza, el espacio construido mantiene sus formas durante largos periodos y que por lo mismo no puede adecuarse al ritmo de las modificaciones exigidas, cada vez de manera más apremiante, por los cambios en los valores y las normas sociales. Esto nos lleva a uno de los temas de fondo en la discusión sobre los principios de diseño urbano, que es el de la relación entre función y forma, y que se manifiesta por ejemplo a través de los criterios que definen los usos del suelo.

La aplicación universal de los esquemas de zonificación excluyente de los usos del suelo ha funcionado como herramienta para inscribir los valores y las normas sociales en el espacio construido, lo cual ha propiciado que los niveles de bienestar de las mujeres y demás grupos vulnerables se mantengan permanentemente por debajo de los alcanzados por el grupo dominante.

La especificación de los usos del suelo es un factor crítico en la determinación de las relaciones funcionales entre el espacio construido y los demás elementos del ecosistema, y resulta definitorio para los niveles de entropía urbana, para el apuntalamiento de la productividad personal y de la competitividad urbana, para fijar los niveles de precios de los bienes y servicios y, en consecuencia, para determinar el nivel de vida de la gente.

Recordemos que desde una perspectiva más amplia los usos del suelo no solo se refieren a la vivienda y a las áreas comerciales y de oficinas, por ejemplo, sino que también incluyen vialidades, estacionamientos y espacios públicos.

En el caso del continente americano, la aplicación de los principios de la zonificación excluyente de los usos del suelo tiene sus orígenes en los Estados Unidos, desde donde fueron exportados a todos los países a partir del primer tercio del siglo veinte. En el caso de México, la importación se dio como consecuencia de la desafortunada y acrítica imitación que los urbanistas mexicanos hicieron de las ideas promulgadas —desde finales del diecinueve— básicamente por los denominados ambientalistas positivistas estadounidenses. Antes de que esa visión se impusiera en México, las ciudades seguían el patrón europeo que mezcla las actividades comerciales y de servicios en planta baja con vivienda en pisos superiores.

El rápido crecimiento de los suburbios en las ciudades de los Estados Unidos se basó en un modelo de familia nuclear completamente tradicional, heterosexual, de clase media, en la que el hombre salía a trabajar en un trabajo remunerado y la mujer se quedaba en casa, como cuidadora doméstica de tiempo completo, aislada en grandes zonas habitacionales, sin transporte público y sin posibilidad de disfrutar de la gama de servicios que sólo se ofrecían en la ciudad. Ese estilo de vida, que nunca representó a millones de familias de menores ingresos, ni a las familias negras o de inmigrantes, fue exportado exitosamente a los demás países del continente.

La zonificación excluyente de los usos del suelo provoca una enorme cantidad de efectos sobre las actividades desarrolladas en la ciudad, y por lo tanto en su funcionamiento y su desempeño. En ese contexto, uno de los temas de fondo es el del trabajo no remunerado que realizan las mujeres, principalmente en lo que se refiere a las labores domésticas y al cuidado de niñas, niños y personas enfermas o mayores. La crítica más lúcida y de mayor calado de las implicaciones que esto tiene para la sociedad y las ciudades viene, de nuevo, desde el feminismo.

Y en este punto hay que decir que, aunque este tipo de trabajo ha sido históricamente menospreciado por la economía académica, en la vida real es un factor crucial para el desempeño de los ecosistemas económicos. El trabajo no remunerado, que se refiere principalmente a las actividades del cuidado de los demás, es ejercido predominantemente por mujeres y da lugar a un sistema imprescindible de engranes que ha sido invisibilizado por la hegemonía patriarcal y que no sólo permite el funcionamiento de las economías formales, sino que contribuye críticamente en sus niveles de eficiencia y productividad.

Tomando en consideración el sistema suprajerárquico de valores que impone a las mujeres casi toda la responsabilidad del trabajo no remunerado, lo que hace el diseño masculino de las ciudades es incrementar desproporcionadamente para ellas los costos de ese tipo de trabajo. Enfrentar y sortear cotidianamente la acumulación de barreras que la ciudad les impone, exige de las mujeres una gran cantidad de energía y un desgaste físico y emocional que perjudica su bienestar y reduce su productividad.

La baja proporción de mujeres ejerciendo las profesiones de arquitectura, ingenierías y planificación urbana, y la todavía más baja participación que ellas tienen en puestos de decisión, son indicadores que muestran claramente las desigualdades estructurales en los mercados laborales relacionados con el diseño físico-espacial y con la construcción de las ciudades.

Pero es importante recordar que, si bien es una condición necesaria, el simplemente agregar mujeres al ejercicio de esas profesiones no desafía per se el dominio patriarcal. Se requiere además reunir las condiciones que aseguren la transformación.

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