«La semana pasada el presidente Biden firmó una orden ejecutiva de muy amplio alcance para darle un nuevo impulso a la competencia en Estados Unidos.
Sorprende la poca atención que ha recibido esta señal en México, porque sin duda sus efectos se extenderán tarde o temprano a nuestro país debido a la globalización de los mercados y las estrechas relaciones comerciales entre ambos países. Se anuncia así un acercamiento a la visión europea, con la aceptación de que el mercado tiene fallas y límites y que justamente por eso existen las leyes y autoridades de competencia.
La orden ejecutiva consiste en un extenso compendio de acciones e iniciativas para corregir los problemas de competencia más urgentes de la economía estadunidense. Su objetivo es lograr que la economía «funcione para todos» y que lleve beneficios a las y los consumidores, trabajadores, agricultores y pequeñas empresas.
Se incluyen 72 iniciativas que deberán llevar a cabo más de una docena de autoridades federales de diferentes sectores, pasando por el Departamento de Agricultura, el de Defensa y la Comisión Federal de Comunicaciones, con un papel protagónico para la Comisión Federal de Comercio, por su rol de autoridad de competencia y defensa de los consumidores.
La orden contempla acciones tan específicas como autorizar la venta comercial directa a los consumidores de aparatos auditivos; permitir que los agricultores puedan reparar sus propios tractores, así como los usuarios puedan reparar sus teléfonos; facilitar que los cuentahabientes cambien de banco; importar medicamentos de Canadá; ordenar la transparencia de precios de los hospitales; eliminar la exclusividad de la que gozan los proveedores de telecomunicaciones para dar servicios en edificios, fraccionamientos y parques industriales; e impedir que los patrones impongan restricciones a sus trabajadores para irse a trabajar con la competencia.
También se prevé que la Comisión Federal de Comercio realice un estudio sobre las plataformas de ventas en línea y que emita lineamientos sobre el uso de datos y la vigilancia masiva; que las autoridades aeroportuarias y de transporte marítimo y terrestre busquen mecanismos para reducir tarifas; así como que la Comisión Federal de Comunicaciones reinstaure las reglas de neutralidad de red que fueron derogadas en la administración de Trump.
Se instruye, además, una atención más detallada a las concentraciones entre empresas y a los casos de discriminación de precios, por sus posibles repercusiones negativas para los consumidores.
Destaca la voluntad de llevar los principios de la competencia a los mercados laborales y la toma de conciencia de que las diferentes capacidades de negociación entre patrones y trabajadores, sobre todo los menos calificados, implica una falla de mercado que se traduce en menores salarios y mayores barreras al empleo.
No se había visto algo así desde los años treinta del siglo pasado, cuando Roosevelt separó a los grandes consorcios eléctricos, fortaleció las capacidades de negociación de los trabajadores y le otorgó mayores facultades reguladoras a la Reserva Federal respecto de las instituciones bancarias.
¿Qué podemos ver detrás de esta acción? Primero, un equipo de trabajo amplio y conocedor, integrado con especialistas en distintos temas que conocen a profundidad los problemas que aquejan a distintas actividades estratégicas para la economía, bajo el liderazgo de Tim Wu, un reconocido abogado experto en competencia con fuertes credenciales académicas y de servicio público.
Segundo, un enfoque colaborativo donde se articula la acción de múltiples autoridades encaminadas a lograr un propósito común.
Tercero, el restablecimiento de la razón de ser de la política de competencia y libre concurrencia, con un enfoque en el bienestar de las personas: mejores precios, variedad, calidad y libertad de elección, asegurando, al mismo tiempo, apertura y oportunidades igualitarias para innovar, trabajar y emprender.
La cruzada por la competencia en nuestro vecino país debe interesarnos y mucho.
La globalización de los mercados comenzó hace mucho tiempo, pero el fenómeno digital ha potenciado su alcance, no sólo en cuanto a la dimensión regional de las cadenas de producción, sino en lo que se refiere a la generación de gigantes en distintas actividades económicas, que concentran grandes recursos y atraviesan fronteras.
Adicionalmente, la transformación digital de nuestras formas de comunicarnos y hacer negocios está generando fenómenos donde la concentración de los mercados ya no solo impacta en los aspectos tradicionalmente enfocados por las autoridades de competencia, como los precios, el abasto, la libertad de elección y la innovación, sino que ahora se interrelacionan con la privacidad, la libertad de expresión, la democracia, la igualdad y la posibilidad de ejercer derechos humanos.
No podría ser más contrastante el enfoque del gobierno de Biden frente al que estamos viviendo en México, donde no se oye a los especialistas, no se confía en las instituciones y vemos repetidamente acciones desarticuladas donde desde el Ejecutivo o el Legislativo se invaden las esferas de actuación de otras autoridades, en vez de convocar a sumar esfuerzos.
Vemos allá un giro audaz de 180 grados, mientras aquí hemos dado un aparatoso vuelco de 360 grados, como cuenta el chiste.
En vez de analizar a conciencia los problemas de fondo de cada sector para definir acciones específicas, aquí se aplica una sola receta -que ya vimos fracasar en el pasado-: crear empresas estatales.
Sin entender cuáles son y cómo operan los obstáculos a la competencia en cada mercado, éstos seguirán existiendo. Más aún, lo más probable es que se creen nuevos problemas, pues la convivencia de empresas públicas y privadas en los mercados requiere una calibración muy cuidadosa para mantener los incentivos a la inversión, la innovación y la eficiencia, sin lo cual no puede haber beneficios para repartir a los consumidores.
Así como fallaron muchas privatizaciones que no se acompañaron de medidas para evitar que los monopolios estatales se convirtieran en monopolios privados, fallará la estatización sin ton ni son que sólo transformará las barreras privadas a la competencia en barreras causadas por el Estado.
La excesiva concentración económica lleva a sociedades desiguales e injustas, que son un caldo de cultivo para la inestabilidad política. No es casualidad que la ola de populismos y extremismos que estamos experimentando en el mundo se alimente de una frustración generalizada relacionada con una repartición muy desigual de las oportunidades económicas y el acceso a la justicia dentro y entre los países, a pesar de que, en general, las condiciones de vida de la mayor parte de la población han mejorado sensiblemente en las últimas décadas en términos de ingresos, salud, esperanza de vida, alimentación, educación, etc.
Esa concentración no desaparecerá destruyendo valor. Se requiere abrir oportunidades para aprovechar el capital humano, social, físico y financiero que existe en el país y el que podamos atraer de otras regiones.
Por eso siempre he estado convencida de que la competencia es la democracia de los mercados. Es más, junto a otros componentes fundamentales, integra la base de nuestra convivencia democrática.
Biden señaló que: «el capitalismo sin competencia no es capitalismo, es explotación». Yo agregaría: la izquierda sin competencia no es izquierda, es pauperización.»