Durante siglos, los sistemas educativos formales e informales respondieron paulatina y pausadamente a las exigencias provocadas por la evolución de las sociedades. Una evolución, que en todas las latitudes, se fue moldeando como un producto de la complicada interacción de sistemas patriarcales con otros sistemas jerárquicos de identidad colectiva, como los basados en la religión, etnia, edad, clase económica o ciudadanía.

La dominación masculina de los sistemas que acapararon y mantuvieron el poder de decidir el rumbo de la evolución económica y social, fue determinante en la definición de los tipos de educación que aseguraban el rumbo y la trayectoria escogidos. Sucedió entonces que los valores y principios de la educación se fueron escogiendo para que se correspondieran acertadamente con los definidos por los sistemas patriarcales.

Para propiciar una toma de conciencia de las implicaciones y de los alcances de la hegemonía de los sistemas patriarcales, hay que darse cuenta que ésta trasciende a las ideologías políticas y a los sistemas económicos. La dominación masculina ha subyugado por igual a las mujeres y demás grupos vulnerables tanto en regímenes autocráticos como en estados democráticos, y lo mismo ha sucedido recurrentemente en economías comunistas, socialistas o de mercado.

La retórica que justifica la subyugación y las desigualdades estructurales puede cambiar entre doctrinas religiosas, regímenes políticos sistemas económicos, pero en la práctica los efectos discriminatorios siempre han sido los mismos.

En cuanto a la velocidad con la que se fueron dando tanto la evolución económica y social como los cambios demandados al sistema educativo, aquella fue más bien baja durante siglos. Los cambios que han incrementado esa velocidad han sido mayores cuando han tenido que responder a las revoluciones tecnológicas modernas: la invención del motor de vapor, de la generación eléctrica, del motor de combustión interna, de la automatización y de las tecnologías digitales. Hoy en día, la fuerza que está imprimiendo una aceleración vertiginosa e insospechada se llama inteligencia artificial. Los periodos entre estos hitos han sido cada vez más cortos. Hemos pasado de periodos que duraban siglos a periodos de unos cuanto días.

En lo que se refiere particularmente a la educación que persigue la igualdad y la erradicación de principios y prácticas discriminatorias, los sistemas educativos enfrentan ahora dos retos monumentales: el de cómo sustituir los valores tradicionalmente impuestos por los sistemas patriarcales, y el de cómo transformarse para responder a la irrupción de las tecnologías exponenciales, y de manera especial y muy apremiante, de la proliferación de usos y aplicaciones de la inteligencia artificial.

Ello genera un panorama extraordinariamente difícil de enfrentar. Primero, porque hace falta entender cuáles son las presiones y los efectos combinados de esas dos fuerzas sobre todos los tipos de educación con los que contamos; segundo, porque la velocidad con la que la inteligencia artificial está incidiendo sobre todos los aspectos de nuestra organización social y económica, es apabullante; y tercero, porque nuestras estructuras y sistemas educativos tienen diseños ortodoxos y tradicionales que hacen que sus modificaciones resulten demasiado lentas, lo que hace que sus efectos suelan ser extemporáneos.

Todo ello configura uno de los mayores retos que enfrentamos hoy en día.

Leonardo Martínez Flores

@lmf_Aequum

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