Cuando se afirma que estamos viviendo la cuarta revolución industrial, generalmente no alcanzamos a apreciar todo lo que significa este momento.
Los cambios tecnológicos son procesos permanentes, pero con intensidad variable a lo largo del tiempo. Podemos identificar cuatro grandes momentos de transformación, que han merecido su lugar en la historia debido a que su intensidad y extensión provocaron profundos cambios sociales:
En la primera revolución industrial del siglo XVIII en adelante, se sustituyó el trabajo manual por la producción asistida por máquinas que funcionaban con motores de vapor, que multiplicó la capacidad productiva de la humanidad y liberó una importante porción de trabajadores manuales para dedicarse a otras funciones.
A inicios del siglo XX llegó la segunda revolución industrial con el uso de energía eléctrica y la organización de líneas de ensamblaje, lo que creó un modelo de producción y de consumo en masa. Con la oferta masiva de artículos de todo tipo, las personas con distintas posibilidades económicas tuvieron acceso a una mayor cantidad de bienes de consumo.
Más recientemente, aunque no hay un consenso sobre una fecha precisa, el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación impulsaron la tercera revolución industrial que, apoyada en las tecnologías digitales y el desarrollo de amplias redes de telecomunicaciones interconectadas, ha modificado la forma en que trabajamos, nos comunicamos y socializamos.
Vemos cómo se van cerrando los espacios de tiempo entre una y otra revolución.
Ahora, no muy lejos de la tercera revolución, donde de hecho algunas regiones y comunidades todavía no han podido sumarse a ella, surge el concepto de Industria 4.0 o la cuarta revolución industrial, que se relaciona con las tecnologías exponenciales, como la inteligencia artificial, el internet de las cosas, el cómputo en la nube, el blockchain, los datos masivos y la robótica.
Lo que constituye el punto de quiebre para el advenimiento de esta cuarta revolución industrial no es sólo la innovación tecnológica por sí misma, sino la forma en que están provocando un entorno nuevo y complejo donde interactúan los fenómenos tecnológico, social y humano. Las aplicaciones digitales y las tecnologías exponenciales se están extendiendo a todos los ámbitos de la vida, renovando nuestra manera de educarnos, de trabajar, de atender nuestra salud, de entretenernos y de socializar. También están incidiendo en la manera de hacer política, en las dinámicas democráticas y en el ejercicio de derechos fundamentales, lo que está trayendo una nueva dimensión al fenómeno tecnológico.
La cuarta revolución industrial puede traernos grandes beneficios, sobre todo si la adoptamos de una manera consciente, responsable e incluyente, a partir de una estrategia transparente que articule a todos los sectores de la sociedad. Parte de esa estrategia es lograr que la tercera revolución, es decir, la inclusión digital, llegue a cada grupo de la población y rincón del país, de manera que todas las personas estemos paradas sobre un piso parejo de oportunidades para sumarnos a la cuarta revolución.
¿Cómo delinear esa estrategia? Conociendo en primer lugar nuestras debilidades y fortalezas.
De acuerdo con el Índice Global de Innovación los líderes mundiales en este rubro son Suecia, Suiza, Estados Unidos, el Reino Unido y Corea del Sur. México ocupa la posición 55 entre 132 economías, después de Turquía (41), Vietnam (44), la India (46) y Chile (53).
Este índice se integra con 81 indicadores relacionados con la calidad de las instituciones (justicia, estabilidad, regulación), la educación (resultados PISA, inversión, tasa de escolaridad, gasto en investigación y desarrollo), infraestructura (acceso y uso de TIC, gobierno digital, inversión, desempeño ambiental), sofisticación de los mercados (facilidad para conseguir financiamiento, microfinanciamientos, crédito doméstico al sector privado, capitalización de los mercados, diversificación de la industria, mujeres empleadas altamente calificadas, colaboración academia-industria).
Dentro de estas diversas mediciones, México está particularmente mal calificado en cuanto a la calidad de las instituciones (lugar 77), sobre todo porque se nos asigna un riesgo país alto (posición 112). Además, está muy a la zaga en lo que toca a la legalidad y prevalencia del Estado de derecho (lugar 105). Otra debilidad importante se encuentra en las inversiones (posición 118).
En contraste, dentro de las fortalezas de nuestro país están, dentro del rubro de educación, el porcentaje de graduadas y graduados en ciencia e ingeniería (posición 34), así como la calidad de las universidades (posición 27). En el rubro de sofisticación de mercados una gran fortaleza es la facilidad para adquirir crédito (puesto 10). De manera notable, México está a la cabeza de todas las naciones en lo que atañe a la exportación de bienes creativos, con el octavo lugar en exportación de bienes de alta tecnología y el noveno en su importación.
Así como nuestras fortalezas nos ayudan a salir adelante, las debilidades nos contienen. Hay que trabajar en unas y otras.
Podemos adelantar algunas de las líneas estratégicas que necesitamos para adoptar la transformación tecnológica, conscientes de nuestras circunstancias.
– Primero, trabajar en el cierre de las brechas de acceso y uso de las TIC, pero también en las que se refieren a la creación y toma de decisiones en estos campos, para que la digitalización sea incluyente por diseño.
– Impulsar la adopción de las tecnologías exponenciales para promover la inversión y la innovación. No obstante, requerimos desentrañar las mediciones a nivel país para entender las realidades particulares de tantos Méxicos que conviven en un solo territorio. Los promedios esconden grandes desigualdades, por lo que es esencial focalizar acciones para distintas regiones y sectores.
– Adecuar los marcos institucionales y legales para el mundo digital, como por ejemplo permitiendo que surjan modelos flexibles de trabajo que al mismo tiempo protejan los derechos laborales de todo tipo de trabajador. La debilidad de nuestro Estado de derecho requiere que estas acciones trasciendan el diseño normativo, para incorporar mecanismos de cumplimiento más allá de lo formal que brinden certidumbre y confianza en las instituciones.
– Crear esquemas de educación continua para el trabajo y en todas las edades de las personas, que necesitaremos cada vez más, en la medida en que se alarga la esperanza de vida, algunos empleos se hacen obsoletos y surgen otros nuevos. La reinserción y reentrenamiento de trabajadores será una constante en el mundo de las tecnologías exponenciales.
– Construir mecanismos de gobernanza o regulación para garantizar el respeto de los derechos humanos dentro de los espacios digitales y en las aplicaciones tecnológicas.
Finalmente, el esfuerzo de adopción tecnológica se debe realizar con una perspectiva de inclusión. La ausencia de un diseño deliberadamente incluyente en la tercera revolución industrial generó una adopción digital muy desigual, que ahora es parte de la problemática a resolver para sumarnos a la revolución de las tecnologías exponenciales.
No cometamos el mismo error dos veces. La diversidad y la igualdad no deben verse como partes separadas, sino como un componente indispensable de las políticas de transformación digital y tecnológica, así como para impulsar la innovación.