La ciudad resiliente
El Marco de Sendai 2015-2030 define a la resiliencia como la capacidad de un sistema, comunidad o sociedad expuesta a una amenaza, para resistir, absorber, adaptarse y recuperarse de los efectos de dicha amenaza de manera oportuna y eficaz, lo que incluye la preservación y la restauración de sus estructuras y funciones básicas (UNDRR, 2015).
La anterior es una definición de resiliencia convencionalmente aceptada sobre la que seguramente no habrá muchas opiniones encontradas. Sin embargo, la diversidad de enfoques y disensos aparecen profusamente en cuanto se pasa a la elaboración de los diagnósticos y de las estrategias para resistir, absorber, adaptarse y recuperarse de los efectos causados por la ocurrencia la materialización de las amenazas potenciales.
En muchas ciudades las estrategias de resiliencia se limitan a la elaboración de mapas de riesgos geológicos, hidrometeorológicos e industriales, por mencionar algunos, elaborados independientemente por los especialistas de cada sector o disciplina. Cuando este es el caso, los diagnósticos son parciales y la información disponible para la elaboración de las estrategias de resiliencia es incompleta y/o sesgada. Este enfoque replica los errores derivados de la concepción lineal de las ciudades.
Los principios de la ciudad resiliente abonan a la construcción de una ciudad inteligente cuando logran integrar sistémicamente a los diferentes ámbitos de riesgo y cuando este sistema de riesgos se integra al ecosistema formado por las otras dimensiones críticas de la ciudad, a saber, la feminista, la eficiente y la digital. Desde esa perspectiva, la resiliencia de la ciudad depende de la eficacia y de los alcances del manejo ecosistémico de los riesgos que enfrenta.