Ha habido muchos lugares que abrieron sus puertas a las mujeres, sin prepararse verdaderamente para acogerlas en igualdad

Desde principios de marzo de este año se difundió que Christina Koch y Anne McClain conformarían la primera tripulación completamente femenina de astronautas en misión de la NASA para instalar nuevas baterías en el exterior de la Estación Espacial Internacional. 

Ha habido mujeres astronautas en el pasado, así como otras mujeres que han contribuido a las misiones espaciales en el mundo, realizando todo tipo de actividades científicas, operativas y administrativas. Pero todavía sigue siendo muy pequeña la participación de mujeres astronautas, apenas por encima del 11%, y la expectativa de una tripulación espacial compuesta exclusivamente por mujeres era un evento fuertemente simbólico, que muchos esperábamos ver.

Lamentablemente y ante nuestro pasmo, unos días antes de la salida programada, la NASA anunció que la astronauta McClain sería sustituida por un colega hombre. La razón está para dejarnos boquiabiertos: no había un traje de la medida requerida por la astronauta programada inicialmente. 

La vocera de la NASA, Stephanie Schierholz, señaló que “Anne entrenó en [tallas] mediana y grande y pensaba que podría usar una [talla] grande, pero después de la caminata del viernes decidió que la mediana le queda mejor… En este caso, es más fácil (y rápido) cambiar de astronauta que reconfigurar el traje espacial”. 

Nadie duda de que el astronauta que sustituyó a Anne McClain en esa misión tenga todos los méritos para ser un buen reemplazo, pero este evento resultó inesperadamente simbólico de lo que pasa todos los días en los ambientes laborales: los trajes están hechos a la medida de los hombres, así que es más fácil que un hombre se los ponga.

NASA 

Naturalmente, entonces, cuando se abre una oportunidad no es raro que las mujeres se queden en Tierra, no por no tener méritos, sino porque el traje se hizo a la medida de otros.

Llama la atención, en el caso de la NASA, que no se haya previsto tener disponibles trajes en otras tallas más pequeñas y apropiadas para mujeres, si la misión programada iba a estar tripulada por ellas. Sin embargo, sí se contaba con un traje más apropiado para tallas de hombres.

Eso nos hace pensar en historias que hemos escuchado donde los lugares de trabajo o las universidades no contaban con baños para mujeres. O, en una situación desgarradora, las soldadas rusas de la segunda guerra mundial sobre las que nos cuenta Svetlana Alexiévich, quienes debían caminar con botas demasiado grandes que les herían los pies hasta sangrarlos, porque no había de su tamaño. Me impresionó tanto ese relato de un tiempo y un lugar lejanos, que no podía creerlo cuando me enteré que en nuestro país pasa exactamente lo mismo con las mujeres militares.

Ha habido muchos lugares que abrieron sus puertas a las mujeres, sin prepararse verdaderamente para acogerlas en igualdad. Parecen relatos de otras épocas pero, como vemos, en realidad siguen sucediendo.

Muchas organizaciones, frecuentemente de buena fe, se declaran a favor de la diversidad y la inclusión y listas para recibir empleados sin distinguir género, color, preferencias, discapacidades u origen. Incluso realizan acciones para facilitar la inserción de distintas personas. Sin embargo, es raro que hagan un verdadero análisis de los mecanismos formales e informales que obstaculizan la inclusión laboral, para modificarlos en consecuencia. 

En el caso de la inclusión de género son relevantes: los horarios, los entornos donde se toman decisiones y se transmite información clave, las actividades extralaborales de integración, los mensajes formales e informales, así como los requisitos no escritos para ascender. También es importante que todas las condiciones diseñadas para la conciliación de la vida profesional y personal estén disponibles por igual para hombres y mujeres: licencias de maternidad/paternidad, licencias para cuidados, horarios flexibles y compactos, teletrabajo, etc.

Pero lo más común es encontrar que en lo fundamental, la mayor parte de las organizacions siguen funcionando como hace décadas y que, a lo más, se habrán agregado algunas condiciones que facilitan la vida diaria de las mujeres sin impactar en gran medida las posibilidades de que progresen en su carrera profesional. En muchas ocasiones, esas facilidades están disponibles preferentemente para las mujeres, lo que refuerza los prejuicios y estereotipos de género, en vez de combatirlos.

Igualdad 

En mis primeras semanas como comisionada en el IFT, me llamó la atención un mensaje institucional que presentaba unos muñequitos esquemáticos tomados de la mano en una larga hilera, representando a los integrantes del Instituto. Todos los muñequitos tenían la forma tradicional masculina. Solicité que intercalaran figuras femeninas y obtuve como respuesta que las figuras que utilizaban en los mensajes eran unisex. En ese caso ayudó que yo fuera comisionada y, ante mi insistencia, sin mucho convencimiento, rehicieron el anuncio. Era importante para las mujeres del IFT verse representadas y sentirse reflejadas en la imagen institucional. Un detalle, pero parte importante del todo.

Y es que, como la anécdota de la NASA lo ha hecho evidente, lo unisex no existe. La organización de los ambientes y espacios laborales no es neutra, puesto que surgió para una división tradicional del trabajo donde las posiciones de poder residen en los hombres y, por lo tanto, incorpora sesgos que obstaculizan el crecimiento profesional de las mujeres. 

Si como mujeres les ha tocado usar una camiseta unisex, se habrán dado cuenta que en realidad son prendas con corte de hombre que le venden a hombres y mujeres, aunque quizá con colores y diseños que no son convencionalmente masculinos o femeninos. Así son las organizaciones que sólo hacen cambios cosméticos, pero siguen estando diseñadas para la división tradicional del trabajo. Si una empresa añade cabinas de lactancia, al mismo tiempo que quita proyectos y responsabilidades a las mujeres embarazadas o que regresan de licencia de maternidad, entonces simplemente está añadiendo una capa de amabilidad sobre una base esencialmente excluyente.

Así como para la NASA resultó más fácil decir “tengo un traje que le queda a un hombre, que vaya un hombre”, para una institución que funciona bajo los cánones tradicionales, cada vez que se abra un espacio de liderazgo, será más fácil decidir que lo llene un hombre.

Así que no basta con sentarse a esperar que las mujeres superen obstáculos, lleguen como puedan y se adapten a las circunstancias. Un verdadero compromiso con la igualdad implica transformar las instituciones para eliminar estereotipos implícitos y hacerlas compatibles con diversos estilos de vida; hacer también trajes a la medida de las mujeres.

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