El pasado 8 de marzo las mujeres tomamos las calles de nuevo para exigir que se haga realidad la igualdad, que cesen las violencias, que gocemos de todos los derechos y tengamos acceso a todas las oportunidades. Nada menos ni nada más que esta aspiración esencial de justicia.
La igualdad entre los géneros es un reclamo compartido en todo el mundo. Aunque hay regiones que han avanzado más que otras, en ninguna se ha alcanzado todavía una igualdad plena. Pero, en nuestro país, el rezago es particularmente grave y algunos indicadores han empeorado en vez de mejorar.
Tenemos un lamentable primer lugar en embarazo de niñas y adolescentes dentro de los países de la OCDE. Este indicador es alarmante por sí mismo, pero también señala una elevada incidencia de violaciones y abusos en contra de niñas y adolescentes, algunos ocurridos en el contexto de matrimonios forzados, así como la falta de acceso a educación sexual, a métodos anticonceptivos y al sistema de salud.
De acuerdo con Amnistía Internacional, en los últimos años México ha estado entre los 10 países con mayor incidencia de feminicidios en el mundo. Los datos oficiales señalan que en 2021 hubo 1,004 feminicidios, en comparación con los 978 registrados en 2020, lo que implica un alza interanual del 2.66 %. Además, las violaciones se incrementaron en 28.1 % entre 2021 y 2020.
El 40% de los feminicidios son perpetrados por la pareja y el 60% están relacionados con violencia doméstica. Estos terribles datos nos dicen que la violencia es parte de la vida de todos los días -de la normalidad- de muchas mujeres.
Por otro lado, nuestro país tiene el penúltimo lugar en América Latina en cuanto a la participación de las mujeres en la población económicamente activa, lo que no significa que las mujeres no trabajen, sino que la desigualdad y la discriminación estructural las orillan al trabajo informal, es decir, sin goce de derechos laborales, o al trabajo no remunerado, todo lo que redunda en mayor pobreza y vulnerabilidad. La brecha económica de género está directamente relacionada con la violencia en contra de las mujeres.
En este contexto salimos a marchar.
Uno de los reclamos que más se leía en los carteles y se coreaba es: valientes ya somos, queremos ser libres.
Porque las mujeres somos valientes, sin duda. ¿Quién busca a las hijas y los hijos desaparecidos si no sus mamás? ¿Quién persiste buscando a los violentadores, en contra de un sistema que revictimiza a cada paso? El miedo no nos paraliza, pero queremos vivir sin miedo.
Caminar sin miedo en la calle. En cualquier calle. A toda hora. Tomar el transporte público sin miedo. Vestirnos de la forma que se nos antoje sin pensarlo dos veces. Asistir a una entrevista de trabajo o con el jefe, sin miedo. Opinar y mostrarnos en las redes sociales sin miedo. Abrir la puerta de casa sin miedo. Elegir sobre nuestra vida sin miedo.
Se trata de que los lugares públicos y privados sean espacios seguros para las mujeres. Por eso el reclamo de hacer nuestras las calles. Simbólicamente, el corazón de las ciudades fue habitado por una marea morada de mujeres exigiendo ser libres.
Frente a esta necesidad de marchar en libertad, no pudo ser más antitético el intento de las autoridades federales y locales para, justamente, infundir miedo a las mujeres, alegando que se esperaban grupos peligrosamente armados.
La mirada patriarcal cree que la solución es sacar del espacio público a las mujeres para no oír sus reclamos; esconderlas en la supuesta protección de los hogares, cuando la realidad que se niegan a ver es que la violencia contra las mujeres invade todos los espacios.
Me hubiera gustado ver autoridades empáticas, colocándose del lado de las mujeres y comprometiéndose para que, al menos ese día, las calles fueran el lugar seguro al que tenemos derecho.
Qué lejos de entender que las mujeres en este país caminamos en la calle con miedo, viajamos en el metro con miedo, entramos a espacios cerrados con miedo, convivimos con violentadores en el trabajo, en las familias, en las universidades, en los sindicatos. Y eso no nos detiene.
Por eso salimos el 8 de marzo. Y seguiremos saliendo. Para que un día podamos marchar sin miedo.