La lección más poderosa que nos ha dejado la pandemia es que las desigualdades de nuestras sociedades nos han hecho más vulnerables. También evidenció que la brecha digital impacta todo. Es un elemento estructural de nuestra capacidad de recuperación, porque el acceso a internet es un habilitador de oportunidades económicas y de derechos fundamentales. La exclusión digital significa exclusión social y económica. En este mundo de contrastes, las telecomunicaciones han demostrado resiliencia y capacidad para responder a demandas crecientes y cambiantes de servicios, pero al mismo tiempo, la brecha digital ha sido un diferenciador implacable.

Mientras millones de personas, empresas y entidades gubernamentales lograron digitalizarse a marchas forzadas, otras se han quedado al margen. Las y los desconectados han asumido los mayores costos en términos de ingresos, trabajo, salud y pérdidas personales irreparables. La pandemia también ha tenido consecuencias particularmente graves para las mujeres, anulando años de avances en cuanto a empleos —sobre todo los formales—, ingresos, violencia y salud. Y así, las brechas se han agrandado.

En los últimos 10 años la participación de las mujeres en el sector ya estaba estancada, sin poder rebasar el umbral del 30%. Inclusive los últimos datos reflejan un retroceso. Hay que aclarar que este porcentaje no es suficiente.

Está lejos de significar un sector con igualdad de oportunidades y tampoco ofrece una base de diversidad para mejorar su desempeño. Por otro lado, esta es una de las escasas cifras con las que contamos para medir la inclusión en el ecosistema digital. Necesitamos más datos de género. Lo que no se mide no se puede mejorar. Para construir economías y sociedades más resilientes, tenemos que construir modelos de recuperación con inclusión. No podemos crecer de forma sostenible sin igualdad.

La recuperación incluyente significa una revolución completa de los enfoques tradicionales. Se trata de entender que el cierre de las brechas, particularmente la digital, no debe verse como un resultado colateral deseado de los planes de reactivación económica, sino como uno de sus motores centrales.

Las telecomunicaciones son estratégicas para la digitalización de todo tipo de actividades, pero, además, no debemos olvidar que la dinámica de este sector puede empujar la recuperación de toda la economía debido a su efecto multiplicador.

Sabemos que la penetración del internet incrementa el producto interno bruto, la productividad y el empleo.

También estamos conscientes de que el cierre de la brecha digital induce la disminución de otras brechas, lo que contribuye a la recuperación de sectores fundamentales que generan valor social, como el educativo, el de salud y el empleo.

La digitalización puede darle un gran impulso a la productividad, que se ha mantenido estancada en nuestro país, y con ello recuperar competitividad y la capacidad de atraer inversiones que generan empleos.

Además, las telecomunicaciones son esenciales para adoptar las tecnologías exponenciales que integran el ecosistema digital: la inteligencia artificial, el blockchain, los datos masivos, la robótica y la automatización. Todas ellas pueden traer enorme valor a las pequeñas y medianas empresas, así como a los gobiernos locales.

Tenemos que asegurarnos que la digitalización funcione para todas y todos, mediante acciones focalizadas en las necesidades y circunstancias de los grupos más desconectados. Me refiero a estrategias que consideren la capacidad adquisitiva, pero también el género y la edad, las poblaciones rurales e indígenas, las personas con discapacidad; estrategias para las PYME y los gobiernos de localidades pequeñas. Los modelos únicos de inclusión no funcionan.

No debemos quedarnos con sociedades más desiguales después del paso de la pandemia, porque creemos en un mundo más justo, pero también porque el crecimiento con desigualdad no es una vía sostenible para el largo plazo.

Acumulamos cada vez más evidencia que nos confirma que la participación económica de las mujeres impulsa la productividad, la rentabilidad y la innovación —especialmente la innovación disruptiva— no sólo desde la perspectiva comercial y tecnológica, sino en la forma de enfrentar tiempos de incertidumbre y cambio.

La inclusión digital de género es probablemente la herramienta más poderosa que tenemos para incorporar a las mujeres a la economía formal y para promover un círculo virtuoso en el desarrollo económico sostenible de largo plazo.

La estrategia digital que nos permita impulsar la recuperación con un nuevo modelo de desarrollo inclusivo debe ser horizontal y colaborativa, donde concurran no solo los operadores y plataformas del ecosistema digital, sino empresas de todos los sectores y tamaños, instituciones educativas, organizaciones sociales, entidades públicas esenciales como las de educación, salud e impartición de justicia, tanto a nivel federal como local.

También debe ser inclusiva y participativa: para y desde las mujeres, las personas adultas mayores, jóvenes, personas con discapacidad, de la diversidad sexual, para zonas rurales, pueblos indígenas, de diferentes zonas del país, donde todos estos grupos intervengan en la construcción de soluciones.

Podemos construir una nueva realidad digital que, a partir de la inclusión, nos lleve hacia un futuro de oportunidades y derechos para todas las personas.

 

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