Como ha estado sucediendo con muchos otros fenómenos de la actualidad, el que corresponde a los logros que han ido alcanzando las mujeres en estos últimos años también se ha ido acelerando de manera notable, lo cual no quiere decir por supuesto que el estado de subordinación en el que viven, impuesto por la histórica dominación masculina, esté cambiando significativamente.
Los retos a los que se enfrentan para ir avanzando en el acceso universal a los derechos humanos, y por lo tanto en la erradicación de las desigualdades, las brechas y toda suerte de discriminaciones, siguen siendo monumentales. Aún más, las velocidades con las que van cambiando algunos aspectos específicos y críticos de la organización social no son las mismas ni en todos los frentes, ni en todos los sectores, ni en todos los países, lo cual hace difícil hacerse de una idea clara del estado y de la evolución de los avances logrados.
Pero como dice el cliché: lo que no se mide no se puede mejorar. De ahí la importancia que tiene la documentación sistemática de toda suerte de prácticas ominosas que generan desde pequeñas y grandes desigualdades, abusos y violencias cotidianas, hasta los terribles feminicidios. Y esta labor crece día a día gracias a la determinación y al empuje de una multitud de asociaciones de mujeres, colectivos, centros académicos, organismos no gubernamentales e instituciones internacionales que se encargan de recopilar y sistematizar una gran variedad de datos relacionados con estos temas.
Algunas publican datos duros e infografías, otras elaboran algunas estadísticas y otras más llevan a cabo tareas más técnicas y laboriosas para poder publicar desgloses estadísticos, indicadores e índices de diferentes tipos.
Un ejemplo de estos casos es el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, cuyo propósito es promover cambios que mejoren el bienestar de los pueblos y para lo cual trata de conectar a los países con los conocimientos, la experiencia y los recursos necesarios para propiciar dichos cambios. Uno de sus productos es un índice de desigualdad de género construido con base en datos diversos de mortalidad materna, salud reproductiva, paridad parlamentaria y participaciones en el mercado laboral, entre otros datos diversos.
Hoy en día abundan las fuentes de datos y estadísticas sobre las que se puede hablar, pero en esta ocasión sólo quiero hacer algunos comentarios sobre los resultados presentados en un interesante libro llamado «El primer orden político: cómo el sexo da forma a la gobernanza y la seguridad nacional en todo el mundo», de Valerie Hudson, Donna Lee Bowen y Perpetua Lynne Nielsen, publicado por Columbia University Press en 2020.
Las autoras se plantean el objetivo de probar algunas interesantes hipótesis sobre las causas de la subordinación sistemática de las mujeres en todos los países y sobre los efectos que los diferentes grados de subordinación tienen sobre la estabilidad política de las comunidades y los gobiernos.
La primera de las hipótesis descansa en un conjunto de síntomas que caracterizan un patrón de comportamiento predecible y característico que las autoras denominan el Síndrome Patrilineal/Fraternal y que definen como un sistema socialmente construido de alianzas masculinas para reforzar su seguridad y que se basa en redes de parentesco agnático (como el de sucesión al trono) que han salvaguardado su reproducción física y social durante milenios. Hasta aquí todo suena plausible, pero luego las autoras sorprendentemente caen en una trampa tendida por el mismo sistema al que atribuyen la dominación masculina. Primero dicen que las mujeres han sido históricamente un apoyo insustituible a este mecanismo de provisión de seguridad, ya que son ellas las que reproducen biológicamente al grupo, aportando hermanos e hijos para esta alianza masculina, y segundo, afirman algo inaudito: que la dependencia de las mujeres de esa fraternidad masculina las lleva a la necesidad de que los hombres las controlen.
Por eso, y todavía con las cejas levantadas por semejante afirmación, creo que lo más valioso de la investigación tiene que ver con el trabajo estadístico para probar la segunda hipótesis, que es la que se refiere a que el síndrome aumenta de facto la inseguridad y la inestabilidad de las sociedades. Es decir, a pesar de que las alianzas entre hombres persiguen el ingenuo propósito de proporcionar seguridad, los hechos documentados subvierten aparatosamente ese objetivo.
En el libro se presenta documentación empírica del impacto negativo que este sistema de dominación masculina tiene no sólo en mujeres y niños, sino también sobre los hombres y las naciones. Un riguroso análisis empírico transnacional muestra cómo la búsqueda de seguridad a través de una fraternidad masculina que subordina fuertemente a las mujeres, tiene ramificaciones serias y negativas para la seguridad, estabilidad, resiliencia, prosperidad, salud y felicidad de los pueblos. La conclusión es clara: para llegar a un estado con esas cualidades, el síndrome debe ser interrumpido y desmantelado.
Sobre las maneras específicas en las que una mayor dependencia de la patrilinealidad y la fraternidad como mecanismo de provisión de seguridad afectan la seguridad y estabilidad del Estado, las autoras exploran seis vías causales entre las que están: la autocracia como tipo de régimen preferido, la corrupción y el nepotismo como parte integral de la gobernanza y la impunidad en lugar del estado de derecho. Bueno, ¿esto no les suena familiar?
Las autoras comprueban la relación entre su síndrome patrilineal y la inestabilidad política de 176 países. Y encontraron un fuerte vínculo estadístico entre el síndrome y el índice de estados frágiles compilado por el Fondo para la Paz, formado por un grupo de expertos en Washington, y encontraron que éste fue un mejor indicador de la inestabilidad violenta que los niveles de ingresos, la urbanización o una medida de buen gobierno publicada por el Banco Mundial. A mayor intensidad del síndrome patrilineal, mayor fragilidad política y gubernamental.
Entre otros interesantes resultados, las autoras también encontraron evidencia de que el patriarcado y la pobreza van de la mano y que los obstáculos que enfrentan las mujeres comienzan en el útero: el síndrome hace que las familias que prefieren a los hijos varones aborten a sus hijas. Esto ha sido especialmente común en China, India y la región del Cáucaso postsoviético.
Eso significa que muchos hombres están condenados a permanecer solteros y los hombres solteros y frustrados son más peligrosos. Lena Edlund, de la Universidad de Columbia y sus coautores, descubrieron que en China por cada aumento del 1% en la brecha entre hombres y mujeres, los delitos violentos y contra la propiedad aumentaron en un 3.7%. Las partes de la India con mayores excedencias de hombres también tienen los mayores índices de violencia contra las mujeres.
Bueno, hay mucho más que decir y comentar, pero el corolario ya es abrumador y suficientemente claro: parece que la forma más segura de condenar a toda una nación es mantener un alto grado de subordinación de sus mujeres.»