Corría el año de 1969 y viajar en el recién inaugurado Metro de la Ciudad de México era una experiencia emocionante. A los que nos tocó de niños la inauguración de ese sistema troncal de transporte recordamos la impresión que nos causó adentrarnos en el subsuelo de la ciudad y ver por primera vez la llegada de esos llamativos trenes color naranja intenso. La edad nos mantenía ajenos a las implicaciones que el sistema iba a tener sobre el desarrollo de la ciudad y al hecho de que estuviera construido en zona sísmica, simplemente disfrutábamos los viajes con una sensación de pasmo y seguridad que invitaba a regresar.
Durante años viajar en el Metro de la Ciudad de México fue seguro porque su abanico de riesgos se mantuvo en niveles razonables, pero hoy ya no es así. El día de hoy, viajar en Metro es meterse a una tómbola en la que las probabilidades de ganarse una entrevista con paramédicos, una visita al hospital o un boleto de ida al panteón son más altas que nunca, sin exagerar.
No anda tan mal Claudia Sheinbaum cuando sugiere que los altos índices de accidentes en el Metro se deben a acciones de sabotaje, el punto es que conspicuamente no aclara que el sabotaje proviene de ellos mismos. Sus declaraciones son una especie de mentiras piadosas para no tener que decir que, en verdad, las causas se explican en buena medida por un autosabotaje.
Las explicaciones de fondo del autosabotaje en el Metro son las mismas que se aplican a la larga lista de fracasos de este sexenio. Pero en este caso en particular sobresale la aplicación del principio de la pobreza franciscana al mantenimiento del sistema de transporte colectivo para poder utilizar los recursos en otras acciones, como por ejemplo la compra de votos y voluntades.
El autosabotaje le está cobrando ya muchas facturas a los gobiernos morenistas, pues ellos mismos se pusieron la vara muy alta. Para los políticos tradicionales prometer profusamente en las campañas y no cumplir es parte de una estrategia electoral perfectamente normalizada. Supongo que de cualquier manera les resulta rentable cumplir a medias o también haciendo creer que trabajan sin descanso para medio cumplir con lo que se comprometieron. Pero prometer maravillas y aparte autoaplicarse la pobreza franciscana en rubros críticos, es una estrategia segura para llegar al punto en el que se encuentran ambos gobiernos, el federal y el de la Ciudad de México.
Al inicio de su administración Sheinbaum prometió, entre otras muchas cosas, textualmente lo siguiente para los sectores de vialidad y transporte:
– Crear una coordinación central que regule e integre el transporte y la vialidad en la Ciudad de México, que incluirá un centro de innovación y control de la movilidad que use nuevos sistemas de información para la gestión del tránsito en tiempo real y actúe en coordinación directa con la policía de tránsito.
– Modernizar el transporte concesionado, fomentar la constitución de empresas sociales, el uso universal de tarjetas y esquemas de prepago con aplicaciones telefónicas.
– Un programa de mantenimiento intensivo y modernización del Metro que dignifique y haga más eficiente el sistema.
– Establecer nuevos centros de transferencia modal y modernizar los existentes.
– Ampliar el sistema de ciclovías seguras.
– Promover la actualización de las normas de emisión de contaminantes de vehículos automotores.
– Atender los 100 cruces más conflictivos y modernizar el sistema de semáforos.
– Impulsar la distribución nocturna de transportes de carga.
Un primer vistazo a las promesas anteriores es suficiente para comprobar, sin tener que meterse a la aplicación científica de diferentes métricas de los avances reales, que Sheinbaum sale bien calificada en el arte de prometer ahora y no cumplir jamás.
Lo triste de todo esto es que viajar en Metro, que es una necesidad e imprescindible para millones de personas, implique tener que jugar forzosamente a la tómbola de los siniestros cotidianos.